miércoles, 21 de octubre de 2015

Humanismo: el centro sí existe



Ser de centro es no creer en nada. Es carecer de ideología. El centrista es un solapado de derecha o un socialista camuflado. Todo para acomodarse a las circunstancias del momento. Estas son parte de las acusaciones habituales contra quienes nos identificamos en esta línea. A veces, las críticas son fundadas. En Colombia, Álvaro Uribe lidera la derecha con un partido llamado “Centro Democrático”, nombre idéntico a un movimiento local de Jimmy Jairala en Ecuador, cuyas convicciones en cambio son un absoluto misterio. No obstante, la manipulación de algunos no significa negar la sustancia ideológica del centro como tal.

Quienes afirman que el centro es igual a la nada parten de un maquineísmo que reduce todas las ideas sociales a tan solo dos bandos: la derecha y la izquierda. Como si la sociedad entera fuera una guerra. Como si los complejísimos problemas sociales, económicos, jurídicos y políticos del mundo moderno pudieran resolverse con el “todo o nada”. Como si el universo pudieran explicarse únicamente con las categorías binarias de socialismo o liberalismo. Como si el espíritu progresista (izquierda) o el espíritu conservador (derecha) fueran méritos en sí mismos sin importar los temas a los cuales se apliquen: reformarlo todo es tan absurdo como mantenerlo todo. Con sus honrosas excepciones, la izquierda y la derecha, tal como hoy se venden en nuestros sistemas políticos latinoamericanos, se han convertido más en fórmulas de marketing electoral que en conjuntos coherentes de propuestas ciudadanas.

En pleno siglo 21, propongo al centro como la expresión de un nuevo humanismo que parte de esta convicción fundamental: el ser humano, el de carne y hueso, está por encima de cualquier extremo ideológico. Las personas y la dignidad humana no pueden ser sacrificadas en el altar de las abstracciones políticas: nadie es dueño absoluto de la verdad, ni puede blandirla como arma para arrasar a los demás. Y el diálogo es el valor primordial de una democracia. Por ello, si bien pueden existir dictaduras de derecha (Augusto Pinochet) o de izquierda (Fidel Castro), una dictadura de centro sería un contrasentido. Porque el centro predica, ante todo, el valor de la tolerancia, del respeto mutuo, del consenso por encima de los extremos, lo cual resulta hoy imposible al margen de la democracia.


Ahora bien, si por ideología se entiende un sistema de concepciones bajo las cuales el ser humano se desenvuelve en la sociedad, por supuesto que el humanismo de centro es también una ideología. Pero una que de antemano reconoce sus propios límites y entiende sus propias convicciones como principios de acción, no como revelaciones cuasi divinas. En lo económico, el centro reconoce la importancia del sector privado, donde cada uno se esfuerza por trabajar, emprender y generar empleo, así como la relevancia de un Estado eficaz, donde juntos proveemos servicios y obras públicas, regulamos las relaciones sociales y garantizamos un piso común de oportunidades. El humanismo entiende la libertad y la igualdad como dos caras de la misma moneda, y lucha por una justicia social que no se construye desde el abuso autoritario del poder, sino desde la defensa de los derechos de cada persona. El humanismo propone una visión de centro que supera la dinámica social entendida como infinito combate de intereses y clases, para incluir a la mayor cantidad posible de ciudadanos en amplios acuerdos que nos permitan prosperar y resolver diferencias legítimas, siempre con respeto al núcleo innegociable de los derechos humanos.

Es verdad que el centro ha sufrido una lamentable falta de reflexión y difusión sobre sus ideas, al punto de llegarse a confundir con un pragmatismo sin sustancia o una conveniente excusa para el quiebre de cintura en la danza política. Ante ello, quienes estamos convencidos de la necesidad del equilibrio en la economía, del diálogo como herramienta vital de la sociedad, de la hermandad inseparable entre libertad, igualdad y justicia, tenemos el desafío de abrir el debate sobre un nuevo humanismo que supere la vieja batalla entre extremos ideológicos, que siguen latentes con nuevos ropajes, pero poco responden ya a los problemas latinoamericanos del siglo 21.


Publicado en Brieffy.com


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