jueves, 30 de julio de 2015

No es culpa de las protestas



No es culpa de las protestas que una asamblea sumisa al presidente y desobediente al pueblo, condene el derecho humano a expresarse en las calles contra el abuso de cualquier gobierno. Es consecuencia de una trinca legislativa que prefiere los beneficios del poder por encima del amplio sentir popular.

No es culpa de las protestas que la inversión y el crecimiento económico se hayan paralizado, ni que el 49% sufra de “empleo inadecuado”. Es consecuencia de un discurso oficialista que sataniza al empresario y emprendedor, que confunde justicia social con estatismo ineficiente y obeso.


No es culpa de las protestas que, luego de más de 77 mil millones de petróleo, 300 mil millones de ingreso total y 30 mil millones de la mayor deuda pública en la historia, todo en menos de nueve años, la Revolución Ciudadana se haya quedado chira. Es consecuencia del despilfarro, el populismo y la corrupción.

No es culpa de las protestas que el gobierno intente raspar la olla con más impuestos en vez de que Rafael se ajuste la Correa y reduzca tanto gasto público innecesario en propaganda, lujos y burocracia. Es consecuencia de una visión mezquina que trabaja por el interés electoral de un partido y la megalomanía de su caudillo, a costa de la prosperidad de la mayoría de la sociedad.

No es culpa de las protestas que hermanos ecuatorianos hoy se enfrenten entre sí. Es consecuencia de casi nueve años de permanente confrontación e insultos con fondos públicos, de manipular las instituciones para que el más fuerte aplaste a los demás.

No es culpa de las protestas que un partido político haya secuestrado la justicia, la asamblea, la contraloría, la fiscalía, las superintendencias, el consejo de participación ciudadana, los medios públicos e incautados de comunicación — todos con minúscula, porque no merecen ninguna distinción especial. Es consecuencia de una visión totalitaria que desprecia los derechos humanos, la separación de poderes y la democracia liberal.

No es culpa de las protestas que hoy se hayan levantado tantos y tantos ecuatorianos, de toda ideología y condición social. Es consecuencia de un régimen que, en su prepotencia, pensó que siempre podría hacer lo que le da la gana, infundiendo miedo a todo el que se cruce en la carretera de su aplanadora política, sean maestros, jubilados, indígenas, periodistas, empleados de telefónicas, sindicalistas, amas de casa, activistas sociales. Es consecuencia de un sistema que, en un monólogo narcisista y autoritario, asfixió todos los canales normales de una democracia y nos ha dejado la calle como única válvula de escape.

No es culpa de las protestas que se les esté acabando la teta. Es consecuencia del tiempo, que todo lo pone en su lugar. Y de la naturaleza humana, que tarde o temprano se rebela contra quienes pretenden, a espaldas del pueblo, eternizarse en las mieles del poder.



lunes, 20 de julio de 2015

Propuesta de diálogo





Sí. Hace falta diálogo, porque Ecuador está en problemas.



La inflación llega casi al 5%, un verdadero milagro ecuatoriano: antes la inflación ocurría porque el sucre perdía valor, hoy se produce con un dólar que vale cada vez más en el mundo, pero en Ecuador sirve para comprar cada vez menos, gracias a la magia económica de la Revolución. Según el último reporte oficial, el “empleo inadecuado” llega al 49%. Las salvaguardias le han dado 250 millones de dólares al régimen en recaudación tributaria, pero su objetivo fracasó: en el 2015 se duplicó el déficit comercial. El gobierno con más plata y petróleo de la historia también ha alcanzado la deuda pública más alta de la historia, que hoy supera los 30 mil millones de dólares. El reciente acuerdo con Irán bajará aún más el precio del petróleo. Y ante la crisis fiscal del sector público, que hace piruetas para raspar la olla por todos lados, el sector privado se ha paralizado por la incertidumbre sobre los impuestos —que han sufrido 12 reformas en 8 años y medio— y por la sordera de Carondelet ante las protestas en todo el Ecuador.



Al golpe económico se suma el descontento político frente a una Revolución que insiste en eternizarse en el poder, reformando la Constitución en contra de la voluntad del pueblo. Y a los reclamos se van sumando tantos y tantos grupos afectados, desde los médicos que protestan por un decreto que estatiza los precios a la salud privada, hasta los gobiernos locales amazónicos que se rebelan cuando los condicionan a recibir fondos públicos solo si apoyan la explotación del Yasuní, pretendiendo institucionalizar el chantaje como política de Estado.



Todos estos problemas los podemos superar mejor juntos que divididos. Como diría Sabina, para dialogar nos sobran los motivos. Pero el diálogo solo es posible si hay dos partes dispuestas a escucharse. Y si, luego, tienen la voluntad de actuar sobre lo dialogado. ¿Existe esa voluntad en el Ecuador? Hay factores de desconfianza ¿Es creíble el llamado de una Revolución cuyos “diálogos” anteriores fueron shows para legitimar el atropello a derechos de los ciudadanos, como pasó con los periodistas o los maestros? ¿Tiene sentido un diálogo donde el régimen, de entrada, se proclama dueño absoluto de la verdad, mientras acusa al resto de drogados, borrachos y golpistas de mala fe, a quienes ahora encima culpa de los actuales problemas económicos? ¿Es coherente que alcaldes, prefectos, ministros y asambleístas de Alianza País hoy insistan en un diálogo sin exclusiones, mientras su caudillo persiste en el insulto a quienes piensan diferente? ¿Están los actores civiles y políticos dispuestos a dialogar con mandos medios en un país sin división de poderes, donde todos sabemos que el único dueño del circo se llama Rafael Correa?



Las dudas son muchas y fundadas, pero el diálogo no es imposible. Y si en verdad el régimen quiere abrirlo, debe dar señales claras: no con mesas ni discursos, sino con hechos concretos. Primero, debe dejar la confrontación verbal. Segundo, no puede excluir a ninguna persona: hay que invitar a quien está en la otra orilla. Tercero, tampoco puede excluir ningún tema: hablemos no solo de reformas tributarias, sino sobre el modelo económico, las enmiendas constitucionales y la reelección indefinida.



De lo contrario, el monólogo del Presidente y sus acólitos continuará, magnificado por un imperio mediático que, pagado con impuestos, pretende subestimar la inteligencia del pueblo, mientras cientos de miles de ecuatorianos seguimos dialogando en el único espacio libre que nos queda: la calle.



Twitter: @hectoryepezm







Publicado en La República.












sábado, 11 de julio de 2015

Francisco y la política



Francisco no es solo Papa de la Iglesia Católica, sino también un líder mundial. Sus palabras en Ecuador, más allá de su profundidad religiosa, transmiten un agudo mensaje social y político. Negarlo sería tapar el sol con un dedo. Y sería asimismo un error menospreciar su pensamiento por ser católico, desde el ateísmo o el laicismo, cuando su influencia trasciende las fronteras de cualquier religión.

Francisco en Ecuador habló muy claro. Lejos de la tradicional derecha, puso a la justicia social en el centro del debate público, en una visión donde todos los hombres y mujeres merecen una vida digna, donde la opulencia no se puede mantener a costa de la miseria humana y la devastación natural. La piedra angular de la filosofía del Pontífice es la dignidad de la persona humana, coherente con una doctrina cristiana que siempre ha proclamado —aunque varias veces lo haya contradicho en la práctica histórica— la igualdad de todos como hijos de Dios. Esa idea fue, precisamente, una de las raíces de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Hoy Francisco aclara, una vez más, que los derechos no solo son aquellos que protegen la libertad individual contra el poder, sino también los económicos, sociales y culturales: el derecho al trabajo, a la salud, a la educación, a vivir en un ambiente sano, a la protección de los pueblos originarios, etc., cuya consecución permite convivir en una sociedad justa y fraterna.

A lo anterior se ha pretendido aferrar la Revolución Ciudadana, más en el discurso que en la realidad. Prueba de ello fue la bienvenida del Presidente, cuando parafraseó al Papa para defender su proyecto político, lo cual le mereció la respuesta de un Francisco que aprendió la crítica sutil en la sangrienta dictadura argentina: “Me ha citado demasiado.”

Ahora bien, donde la filosofía política de Francisco se aleja por completo de la izquierda autoritaria latinoamericana, a la que abiertamente criticó como opositor al kirchnerismo —la versión argentina y, por ello, peronista del socialismo del siglo 21—, es en el camino para alcanzar dicha justicia social. En esto el Papa fue tan contundente que su mensaje solo puede negarse desde el interés político o el fanatismo ideológico. A su llegada al aeropuerto de Quito dijo que el Evangelio contiene las claves para “afrontar los desafíos actuales, valorando las diferencias, fomentando el diálogo y la participación sin exclusiones”. En su homilía en el Parque Bicentenario habló de la independencia de Hispanoamérica, de “un grito, nacido de la conciencia de la falta de libertades, de estar siendo exprimidos, saqueados, sometidos a las conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno”; un grito de libertad que “sólo fue contundente cuando dejó de lado los personalismos, el afán de liderazgos únicos”. Y en la misa volvió a la importancia del diálogo: “Los cristianos queremos insistir en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes… de ahí, la necesidad de luchar por la inclusión a todos los niveles evitando egoísmos, promoviendo la comunicación y el diálogo… es impensable que brille la unidad si la mundanidad espiritual nos hace estar en guerra entre nosotros, en una búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica”. Y, para que no queden dudas, luego de afirmar que “el proselitismo es una caricatura de la evangelización”, aclaró que “la propuesta de Jesús no es un arreglo hecho a nuestra medida, en el que nosotros ponemos las condiciones, elegimos los integrantes y excluimos a los demás.” ¿Se puede hablar más claro?

El Papa, un hombre muy informado, acaso consciente de las discusiones en torno a sus palabras, fue aún más frontal con la sociedad civil en la iglesia de San Francisco. Ahí criticó sin tapujos la actitud en que “mi posición, mi idea, mi proyecto se consolidan si soy capaz de vencer al otro, de imponerme, de descartarlo”, lo cual debe sustituirse por una visión donde “todos trabajan por el bien común, pero sin anular al individuo”. ¿Quedan dudas todavía? “Las normas y las leyes, así como los proyectos de la sociedad civil, han de procurar la inclusión, abrir espacios de diálogo, espacios de encuentro y así dejar en el doloroso recuerdo cualquier tipo de represión, el control desmedido y la merma de la libertad”, a través de un diálogo que “es fundamental para llegar a la verdad, que no puede ser impuesta”, en el marco de “una democracia participativa” donde “cada una de las fuerzas sociales… son protagonistas imprescindibles en este diálogo, no son espectadores”.

El Papa habló directo a la vena. De su discurso se concluye que, para Francisco, la justicia social debe construirse, sí, pero no a través del caudillismo autoritario que practica Rafael Correa, sino por medio del diálogo amplio que busca sumar consensos en lugar de encender la confrontación y que se edifica sobre el respeto a la libertad individual que el socialismo del siglo 21 se ha empeñado en anular a lo largo de América Latina. Pese a lo que digan algunos voceros eclesiásticos, es evidente que el Papa, cuando pronunció esas palabras en Ecuador, sabía qué serían interpretadas desde la política. Pensar lo contrario sería subestimar la altura intelectual del Santo Padre. Como decía Jesús: quien quiera entender, que entienda.




Twitter: @hectoryepezm

NOTA: Todas las citas de los discursos papales son de www.aciprensa.com.



Publicado en La República.




jueves, 9 de julio de 2015

Mensajes de Francisco



El papa Francisco no es solo pontífice de la Iglesia católica sino un líder mundial cuyo mensaje, aunque trasciende intereses partidistas, tiene un profundo contenido social y político.

Francisco nos invitó a construir una sociedad justa para todos, sin extremos ideológicos, personalistas o autoritarios, levantada sobre una democracia participativa que respeta libertades y abre un diálogo inclusivo que no descarta a quien piensa distinto, donde la sociedad y en especial la juventud, es protagonista y no espectadora de las decisiones de un poder que no impone su verdad única a los demás. Ojalá de lado y lado entendamos que los necesarios cambios para la justicia social, solo son sostenibles cuando surgen de ese diálogo amplio y respetuoso donde al otro no se lo insulta, se lo escucha; así podremos alcanzar la unidad a partir de esa diversidad humana y cultural que es el mayor tesoro del Ecuador.


Publicado en El Universo.

jueves, 2 de julio de 2015

Si Francisco viviera en Ecuador


Promover un clima de paz ante la llegada del Papa Francisco fue el pretexto del presidente Correa para dar marcha atrás —temporalmente— en su intento por subir los impuestos a la herencia y plusvalía en la Asamblea, luego de masivas protestas populares en las principales ciudades del Ecuador.

Es una buena noticia que el presidente, al menos de boca para fuera, llame al diálogo e invite a la paz. La mala noticia es que esas palabras contradicen las acciones reales de la Revolución Ciudadana, que persiste en cadenas y sabatinas para insultar a quienes piensan diferente y llegó al extremo de enviar a una asambleísta, Gina Godoy, a decir en televisión nacional que los jóvenes que protestan en Quito andan borrachos y drogados.

Pero hay que reconocer algo: el temor a quedar mal durante la visita del Papa Francisco los forzó a retirar de momento los proyectos de ley. Un acto medio sensato entre tanta locura. Y encima ahora el gobierno utiliza frases del Papa para hacerse propaganda. ¿Se imaginan, entonces, que otras cosas pasarían si el Papa decidiera quedarse más tiempo en Ecuador, digamos hasta el 2017?

Cada vez que se denunciara un escándalo de corrupción, en vez de hacer homenajes al implicado, el Papa le recordaría al Presidente que quien “gobierna de forma corrupta roba al pobre” y que la política está “estropeada por la corrupción y por el fenómeno de los sobornos”. De inmediato el Presidente tomaría medidas. Y hasta permitiría que la justicia y las autoridades de control se vuelvan autónomas e imparciales, para que hagan su trabajo independientemente del deseo presidencial.

Cada vez que alguien cuestionara al Presidente, en vez de insultarlo, el Papa lo obligaría a dialogar. Pero de verdad, sin lanzarle al mismo tiempo cadenas nacionales de la SECOM, ni montarle fotos falsas, ni hacerlo pedazos en la sabatina. El Papa le recordaría su experiencia cuando era joven superior de los jesuitas en Argentina: “Cometí muchos errores por autoritarismo. Después he aprendido que es necesario dialogar, ver lo que piensan los demás.”

Cada vez que el Presidente se desdijera de sus propias palabras —incumplir su promesa de bajar el IVA, de no permitir la reelección indefinida, de renunciar si Pedro Delgado no tenía título, etc., etc.—, el Papa le recordaría, acaso en la mismísima confesión: “La hipocresía es el lenguaje de los corruptos.”

Cada vez que el Presidente insistiera en aprobar, de espaldas al pueblo, las reformas constitucionales para permitir la reelección indefinida y perpetuarse en el poder, el Papa Francisco le halaría las orejas y le reprocharía que “el afán de poder y de tener no conoce límites”.

Cada vez que un ciudadano criticara el enorme gasto público, los lujos de dos aviones presidenciales, el trabajo soñado de Freddy Ehlers, los cuarenta y tantos ministerios, el Papa le repetiría al Presidente: “¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres! ¡El dinero debe servir, no gobernar!” Es decir, los pobres no deben ser servidos por un Estado rico y obeso, sino por un Estado mesurado y sin excesos.

Cada vez que el Presidente intentara redistribuir la riqueza, no dinamizando la economía para generar empleo, sino aumentando cada año impuestos para engordar la burocracia, el Papa le advertiría: “¡Atención a la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto! Pidamos la gracia de alegrarnos con los frutos ajenos, que son de todos.”