Ecuador
asiste a la decadencia política de Alianza País. Está por verse si eso se
traducirá en un cambio electoral el 2017. Lo cierto es que el modelo correísta está
hecho pedazos ante el derrumbe petrolero, luego de casi 9 años de incontenible
gasto público que en parte se invirtió en infraestructuras y modernizar
servicios públicos, mientras por otro lado se despilfarró en tejer una red
impresionante de clientelismo político. Todo con la consigna ideológica de
reemplazar, hasta la asfixia, a la empresa privada. Contratos para los ricos,
consumo y empleo burocrático para la clase media, bono para los pobres: esa fue
la estrategia para anestesiar, con abundancia de petrodólares, a la mayoría de
la sociedad para impunemente secuestrar la justicia, perseguir a periodistas y
opositores, tomarse el Consejo Nacional Electoral, encubrir la corrupción y
construir un autoritarismo del siglo 21 que destruye las libertades bajo el
pretexto de las elecciones.
Pero
el modelo se vuelve insostenible sin petróleo ni respaldo popular.
Es
lo que ocurre hoy: si sumamos 355 mil personas el 25 de junio en Guayaquil y más
de 100 mil el 13 de agosto en Quito, alrededor de medio millón de ecuatorianos
hemos salido a las calles en las últimas semanas. Eso más decenas de miles en
otros días y lugares a lo largo del Ecuador. La cifra es altísima para un país
con 15 millones de habitantes. Solo en Guayaquil protestó más del 10% de su
población: si no estuvo personalmente, cualquier guayaquileño seguro tiene un
amigo o pariente que salió el 25 de junio a la 9 de Octubre. Pese a que una
parte timorata —o chantajeada— de la prensa lo disimula, somos muchisisísimos
más quienes queremos un cambio democrático y estamos dispuestos a luchar por
él.
La
pregunta es: ¿y ahora? Ante la agonía del correísmo, algunos pretenden
satanizar a la izquierda para promover un giro a la derecha. Con la crisis de
Dilma en Brasil y Maduro en Venezuela, el eco es latinoamericano. Sin embargo,
a nivel regional, las protestas también se dirigen contra gobiernos de centro o
derecha como en México y Guatemala. El problema principal del correísmo —o del
socialismo del siglo 21— no es ser un proyecto de izquierda, sino un proyecto
autoritario. Y el autoritarismo no distingue entre izquierda o derecha. Si
quienes lideran la política y la opinión pública no llegan a esa conclusión, es
posible que el péndulo nos lleve a una derecha —o a otra variante de la
izquierda— igual o peor que Alianza País.
Lo
urgente en Ecuador, por tanto, no es discutir sobre izquierdas y derechas, sino
sobre autoritarismo y democracia. También urge admitir que la democracia no es
algo a recuperarse, sino a prácticamente inaugurarse en nuestra historia reciente.
Lucio destituyó a la Corte Suprema. Jamil nos llevó al desastre económico.
Abdalá gobernó como un lunático. Los tres fueron derrocados. Rafael pescó a río
revuelto y profundizó la tendencia a hacer política contra los valores
democráticos. La diferencia es que fue más hábil que el resto y le jugó la
lotería del petróleo.
Una
y mil veces la historia lo comprueba: el combate a un régimen autoritario no
necesariamente conduce a la democracia. Sobre todo si no se atacan las causas
del autoritarismo y no se practica un esfuerzo extraordinario para evitar que
se reinstalen en la sociedad. Si se enfrentara al correísmo a través del
insulto, la violencia y el sectarismo, con líderes de mano dura y mesías que
prometen borrón y cuenta nueva, se abriría la puerta a reeditar los mismos
vicios de hoy en la derecha o la izquierda. Incluso puede que Alianza País prevalezca
a falta de una clara diferenciación al momento de las elecciones. Igual riesgo existe
si quien encara al oficialismo, siendo democrático, no conecta con las
preocupaciones masivas de las grandes mayorías de la clase pobre y media.
Así,
el 2017 exige un difícil balance: carisma sin megalomanía, tolerancia sin
debilidad, inteligencia sin arrogancia, popularidad sin populismo. Y voluntad
firme para edificar instituciones democráticas con amplia participación
nacional, lo cual requiere un equilibrio entre liderazgo y consenso. Son varios
los caminos para llegar allá. Ninguno pasa por la hipertrofia del ego ni el
extremo de las ideologías.
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@hectoryepezm