martes, 24 de noviembre de 2015

Triunfo de Macri y lecciones para Ecuador




Mauricio Macri venció en Argentina contra 12 años de kirchnerismo.

Su triunfo es importante no solo porque Argentina es la mayor economía sudamericana después de Brasil, sino porque Macri ha condicionado la permanencia de Venezuela en Mercosur a que Nicolás Maduro libere a los presos políticos, cuyo rostro más visible es Leopoldo López, y garantice transparencia en las elecciones legislativas el próximo 6 de diciembre, en las cuales, si no hay fraude, se vaticina una contundente victoria de la oposición. El cambio en Argentina podría ser la antesala del cambio en Venezuela.

Así, la victoria de Macri representa una esperanza de giro continental hacia la defensa de la democracia y las libertades, que están por encima del debate entre izquierda y derecha. Y el peso geopolítico de Argentina puede envalentonar a gobiernos civilizados de izquierda, como Chile y Uruguay, para alzar la voz contra sus pares autoritarios del socialismo bolivariano. Por último, una mejora —veremos si llega— en la atribulada economía argentina agravará el desprestigio del modelo despilfarrador de Venezuela, Brasil y Ecuador, hoy hundidos, los tres, en recesión.

Casa adentro, también el resultado argentino deja lecciones a la oposición en Ecuador. Todo el mundo se cree general después de la guerra y algunos acá interpretan conclusiones diametralmente opuestas a las estrategias de que le dieron el triunfo a Macri, que se logró contra viento y marea, con apuestas arriesgadísimas tanto a nivel nacional como en la provincia de Buenos Aires, en contra de la opinión de expertos y columnistas, del “círculo rojo” tan criticado —¡con toda razón!— por el gurú ecuatoriano Jaime Durán Barba.

Macri no ganó con el discurso del conflicto y la revancha, de combatir odio con odio, sino con un mensaje de proposición y reconciliación nacional, de unidad, de alegría, de esperanza, de moderación. Macri ganó sin unirse a Sergio Massa. No cedió a la unidad porque sí y a cualquier costo. No se pasó insultando a Cristina. Puso más énfasis en proponer que en oponerse. Conectó con la mayoría de la gente. Habló de sus problemas, que suelen ser muy diferentes a las preocupaciones de los políticos y analistas. Macri hizo su campaña pensando en la ciudadanía, no en sus amigos y grupos de presión.

Eso se traduce en algunas lecciones para la próxima campaña electoral del 2017 en Ecuador. La victoria exige unirse, sí, pero no con cualquiera: hay sumas que restan y ciertas figuras cuentan con apoyo de parte de la oposición, pero despiertan un rechazo mayoritario en el resto del país. Más importante aún: el único camino para ganar es la proposición. Nadie vota por la crítica sino por las soluciones, que no pueden desconocer algunos logros del correísmo. Lo principal hoy es plantear una alternativa clara para Ecuador, que no signifique un retroceso ni una defensa del pasado, sino que construya una mirada hacia el futuro, en una tarea nacional que no puede excluir a una mayoría que ha votado por el correísmo, sino que debe promover el reencuentro de los ecuatorianos, con una visión de equilibrio entre sector privado y público —sin sustituir la asfixia del Estado por el libertinaje del mercado— a fin de reducir la pobreza y fomentar el empleo para que cada ciudadano viva mejor.

¿Aprenderemos la lección? Estamos contra el tiempo.


Publicado en La República.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Rafael Correa, entre Maduro y Cristina




El panorama político está cambiando en América Latina. Venezuela vive una de las peores crisis de su historia. Brasil y Ecuador están en recesión. En Argentina, Mauricio Macri logró un balotaje sin precedentes que ha puesto en jaque al peronismo. El socialismo bolivariano, aunque permanece en el poder, se resquebraja en el continente. Y la grieta es la economía. con la excepción de Bolivia, que mantiene reservas por el 43% de su producto interno bruto: la prudencia de los “fonditos” que tanto desprecia el gobierno de Ecuador.



¿Qué significa eso para el correísmo? Su futuro puede, por lo pronto, reflejarse en dos posibles espejos: Venezuela y Argentina.



En Venezuela, tras un apoyo multitudinario en las urnas durante la bonanza petrolera, el desastre económico está hundiendo el barco chavista que dirige Nicolás Maduro, quien ya amenazó sin desparpajo que gobernará “en unión cívica militar” con el pueblo si pierde —como se vaticina— en las elecciones legislativas de diciembre. ¿Parecido con Ecuador? Luego de un crecimiento económico sostenido por ocho años, la caída del precio del petróleo hoy hunde a Ecuador en recesión. ¿Querrá Rafael Correa asumir el costo político de la desaceleración económica —por no decir crisis— al presentarse como candidato en 2017? Es cierto que, en lo personal, no se puede comparar a Maduro con Correa, pero también es verdad que ambas economías presentan cuadros similares, cuyos síntomas en Ecuador son atenuados por una administración más profesional y el blindaje de la dolarización. Mirando el espejo de Venezuela, si Rafael Correa persiste en su modelo con un entorno económico adverso, puede que logre la reelección en 2017, pero también puede que su respaldo electoral —y, por tanto, su gobernabilidad— disminuya drásticamente en un cuarto mandato.



Argentina es la otra cara del futuro ecuatoriano. Sin reelección indefinida, Cristina Fernández de Kirchner mantiene una popularidad en torno al 50%, pero su apoyo al candidato oficialista Daniel Scioli —quien, por cierto, no es un incondicional del kirchnerismo— no fue suficiente para evitar, contra todo pronóstico, casi un empate en primera vuelta con el liberal Mauricio Macri, forzando un balotaje inédito en Argentina cuyo resultado es aterradoramente incierto para el peronismo. ¿Parecido con Ecuador? Si Correa no es candidato en 2017, aun reteniendo su popularidad personal, eso no garantiza el triunfo del correísmo, bien porque puede haber una segunda vuelta donde cualquier cosa puede pasar, o bien porque otro candidato no necesariamente será fiel al Presidente. En este escenario, Rafael Correa se arriesga a que su apoyo electoral a un tercero —quizá Lenin Moreno; después del reciente debate, Ramiro González parece descartado— no se traduzca en la continuidad de la argolla oficialista en el poder.



Ahora bien, el futuro político de Ecuador, con sus propios desafíos y realidades, depende de algunos factores peculiares.



El primer factor —y más importante— es la situación económica: si la actual recesión continúa, es probable que Correa desista de lanzarse en 2017.



El segundo factor es la carta de la oposición: puede que Correa confíe en un relevo oficialista si no enfrenta a un rival contundente. Hasta ahora, nadie se ha proclamado candidato —cosa normal a estas alturas— salvo Guillermo Lasso. Sin embargo, tras una campaña multimillonaria y permanente, su intención de voto sigue estancada desde 2013, cuando obtuvo un resultado electoral de 22,6%, seis puntos menos que el derrocado Lucio Gutiérrez en el proceso anterior del 2009 (28,2%), lo cual demuestra que el crecimiento de la oposición en los últimos años no se traduce en un respaldo a su candidatura.



El tercer factor es el cabildeo casa adentro: la decisión de Correa en gran parte se ve influenciada por los intereses de poder al interior de Alianza País y por la necesidad de protegerse —incluso judicialmente— ante un eventual giro al otro extremo del péndulo político.



Por supuesto, aún falta tiempo para la campaña y hay amplio margen de sorpresas. Acaba de entrar en la arena Alberto Dahik, resucitando desde la larga noche neoliberal para pelear, de repente, en la primera línea de fuego del debate económico. Ramiro González dividiría el voto de centroizquierda si compite contra Alianza País. Jaime Nebot dice que no quiere ser candidato, pero la maquinaria socialcristiana se ha reactivado. Mauricio Rodas puede ser una alternativa fresca y equilibrada si, en media crisis nacional, concreta megaproyectos como el Metro y Quitocables. A lo mejor Lenin Moreno participa con su propio movimiento, para aprovechar su capital electoral esquivando el desgaste oficialista. O Rafael Correa podría seguir los pasos de Maduro y combatir el creciente desencanto popular con aún más autoritarismo. Eso sin contar el sexto intento de Alvarito, el contraataque del bucaramato con Dalo, la obstinación de Lucio, las aspiraciones de Paúl Carrasco y el resurgimiento de un movimiento indígena fortalecido en los últimos meses por su liderazgo en las calles.



El tiempo dirá. Lo único claro es que en 2017, por primera vez en una década, las elecciones presidenciales volverán a ser un enigma.





Twitter: @hectoryepezm




lunes, 2 de noviembre de 2015

No hay crisis y otros cuentos


Dos de cada tres ecuatorianos carecen de empleo adecuado en un sector rural que sufre 52% de pobreza, tres veces más que en la zona urbana. Ya llevamos dos trimestres seguidos de decrecimiento, lo cual técnicamente significa recesión. Estamos cerca del tope de endeudamiento permitido por la ley. Los bancos tienen problemas de liquidez. La construcción está paralizada. Y Ecuador es el país que menos crecerá —o decrecerá, según los nuevos amigos del Fondo Monetario Internacional— después de las peores economías de la región: Venezuela y Brasil. Eso sin contar la amenaza del fenómeno de El Niño que, agravada por la falta de dragado del río Guayas, puede devastar la producción agrícola y acuícola, que hoy sostiene las exportaciones y, por tanto, el equilibrio de la dolarización ante el derrumbe petrolero.

Ninguno de estos datos fue suficiente para evitar que el presidente Rafael Correa defendiera que en Ecuador no hay crisis, durante el debate económico mantenido frente a Alberto Dahik, ex Ministro de Finanzas de León Febres Cordero y ex Vicepresidente del fundador socialcristiano Sixto Durán-Ballén, Mauricio Pozo, ex Ministro de Economía de Lucio Gutiérrez, y Ramiro González, hace poco aliado del gobierno al mando del seguro social, promotor de las salvaguardias y viejo sobreviviente de la Izquierda Democrática.

No seamos ingenuos: había una estrategia política del gobierno detrás del debate. Mi teoría es que se buscaba publicitar una confrontación frente a exponentes creíbles del neoliberalismo (Dahik), el centro (Pozo) y la socialdemocracia (González), en el campo del análisis económico, que debía ser la zona de confort del Presidente. La idea era atestar otro golpe mediático de la Revolución contra la partidocracia, representada por sus viejas caras en todas las tendencias ideológicas. Ello a la par que se evitó enrostrar a los extremos de hoy en la izquierda (Alberto Acosta) y la derecha (Guillermo Lasso), así como se rehuyó la polémica con quienes triunfaron en las últimas elecciones: Mauricio Rodas, Jaime Nebot y Paúl Carrasco. El único militante activo invitado fue Ramiro González, el más cercano a Alianza País, ya que las pretensiones de Alberto Dahik, viejo ducho de la política, aún no están claras.

Pero el tiro salió por la culata.

González fue más político y, en ese campo, contundente, al punto de acusar a Correa, como quien no dice nada, de haber recibido plata de los Isaías. Dahik y Pozo dieron cátedra de economía, avalados por su gestión, respectivamente, durante el gobierno de Sixto Durán-Ballén, que exhibe los mejores resultados económicos de la partidocracia, y el régimen de Lucio Gutiérrez, que ya en dolarización redujo la pobreza más rápido que en casi una década de correísmo.

Al contrario, el Presidente, aunque tenía a tres de su lado —dos ministros y el mismísimo moderador—, terminó inquieto y sudoroso, repitiendo las muletillas de siempre frente a contrincantes a quienes no pudo achicar. Con todo a su favor, tal como ocurrió en las últimas elecciones el 23 de febrero de 2014, el perdedor de esta contienda fue Rafael Correa, en una derrota que, sin embargo, poco benefició a sus debatientes, quienes el oficialismo sabe de antemano que representan un pasado que la mayoría popular rechaza: por eso los escogió.

Pero lo personal es lo de menos. Lo grave es que, junto a Rafael, el mayor perdedor del debate es el actual modelo de la Revolución Ciudadana, que mantiene al Ecuador en la que ya es su peor crisis económica desde el feriado bancario.



Publicado en www.larepublica.ec